En zonas de extracción agrícola, aún más que en otras partes, la tierra como el agua son recursos. 
Un terreno sin uso, ahí donde casi todas las tierras se han vendido a la agroindustria, podría volverse un lucrativo almacén o campamento para trabajadores temporeros. 
Ocupar un pedacito de tierra aún no acaparado por la industria, ahí frente a la capilla, no fue un acto revolucionario sino la posibilidad de experimentar otras formas de habitar. Diferentes de las dinámicas impuestas por el extractivismo.
En un imperfecto intento para recuperar saberes sobre el cuidado de la tierra y sus frutos, llegamos a reflexionar sobre cómo nutrimos nuestros cuerpos y nuestras mentes. En ese proceso, procuramos hacer que suene la diversidad de las voces y cantos del territorio, aprovechando de revelar desde múltiples miradas el sentido político del abandono. 
En zonas de olvido hace falta un jardín para recuperarse. En zonas de hambre, una mesa compartida para reponerse. En zonas de sacrificio, un refugio para decirse soberanxs.
Pero sin agua y sin tiempo, a ratos no queda más que el paso cíclico y fantasmático de lxs habitantes por lo que no será más que una utopía por temporadas.
No queda más que medir la capacidad colectiva para resignificar los paisajes. Y recordar que Santa Inés es una experiencia de comunidad que nunca empieza realmente, ni tampoco acaba.
Podríamos hablar de los brotes que no se regaron, de los huevos que no se incubaron. Pero también de las cosechas inesperadas, de las comidas improvisadas y las celebraciones espontáneas. Mejor hablemos de eso.