Los desafíos del habitar en Santa Inés
Los desafíos del habitar en Santa Inés

Los desafíos del habitar en Santa Inés

Por más inanimado que pueda parecer, el territorio de Santa Inés ha conocido profundos cambios socioeconómicos a lo largo de su historia y hasta el día de hoy. En esta zona agrícola como en otras, las transformaciones económicas no sólo han tenido consecuencias demográficas y sociales, sino que han afectado y reconfigurado los lazos de los habitantes con su territorio, es decir, sus formas de arraigo, sus modos de convivencia, su identidad.

Un pueblo joven, pero con historia

El pueblo conocido hoy como Santa Inés es bastante joven, pues nace de la parcelación consecutiva de la Reforma Agraria que ocurre en la zona a fines de los 60. De hecho, hasta 1968, el poblado actual era fundo. El sistema que regía la vida campesina hasta entonces era la hacienda, y las familias que llegaron luego a asentarse en Santa Inés eran inquilinas en los fundos Santa Elena del Peral, Santa Inés y Valdebenito. Lo que más recuerdan los testigos locales de la época del inquilinaje son las difíciles condiciones de vida y de trabajo:
“En ese tiempo no teníamos agua” (Ximena Gálvez, habitante de Santa Inés, hija de inquilino).
“Se trabajaba de sol a sol, y el patrón corría a los peones si no querían llevar a sus hijos mayores a trabajar” (Humberto Meneses, habitante de Santa Inés, profesor de historia).
En 1968, con la expropiación de una parte de las tierras patronales, se instaura el cooperativismo, pero la experiencia no dura.
“A los campesinos les tocó trabajar como comunidad. Cosechaban porotos, papas. Eso duró 10 años, pero no resultó. Les faltó preparación.” (Humberto Meneses)
Sin embargo, es en este momento que llega a conformarse el asentamiento principal de la localidad, bordando la carretera de la fruta, en su lado este, en la parte sur del cruce hacia Alhué. Esto coincide, además, con la creación del lago Rapel, embalse artificial destinado a la producción de energía hídrica, que derivó en el desplazamiento y la reubicación de varias familias en la nueva localidad.
“Nuestra casa familiar ahora está debajo del agua. Por eso nos vinimos” (Marina Fuentes, habitante de Santa Inés)
En 1978 ocurre finalmente la parcelación de las tierras. Fueron muchas las familias desprovistas de medios para cultivar sus terrenos que decidieron venderlos y emigrar. Eso cuentan, al menos, los “parceleros”, los que se quedaron.
Es, entonces, en medio de transformaciones socioeconómicas radicales, aunque no acabadas del todo, respecto de la tenencia de la tierra, de los modos de producción agrícola, de la organización laboral y de las jerarquías sociales, que ocurren los cambios habitacionales que convergen en la conformación de la localidad. La remembranza de estas transformaciones, desde el latifundio hasta el paréntesis comunitario, los recuerdos que se salvaron del hundimiento bajo el lago y los que no fueron arrasados con la hacienda constituyen una memoria que no deja de marcar el habitar de los pobladores más antiguos.

El engorroso asentamiento de la población haitiana

Frente a la llegada del colectivo haitiano, la población local no se ha quedado impasible, aunque las reacciones han sido diversas. El fenómeno ha sido abordado con gran estupor por los habitantes, y sus explicaciones suelen girar en torno a las necesidades de mano de obra de los fundos. Para algunos, los haitianos fueron traídos por las empresas, según otros, unos buses los fueron a buscar directamente al aeropuerto. Los mismos migrantes no han confirmado estos rumores, pero no deja de llamar la atención que su respuesta a “cómo llegaron a Santa Inés” sea siempre la misma: “un amigo me trajo”. Ellos también se han sentido desconcertados. Quien viaja desde Léogâne (región rural en Haití, de donde proviene la gran mayoría de los migrantes instalados en Santa Inés) en dirección a Chile, difícilmente puede imaginarse llegar al contexto tan singular de una localidad enteramente organizada alrededor de la agricultura intensiva.
Quizás nunca se resuelva la duda respecto de este misterioso encuentro entre una oferta y una demanda de trabajo. En este sentido, es bueno recordar, junto con los migrantes haitianos, que ellos no llegaron solamente a trabajar. Su búsqueda desborda la necesidad de encontrar un empleo; tiene que ver con la autorrealización. Sin embargo, su reconocimiento sólo ha sido por la vía laboral, en cuanto trabajadores, aunque no es sorprendente, considerando que, como temporeros agrícolas, pasan gran parte de su tiempo en los fundos. Si para la mayoría de los habitantes de Santa Inés, migrantes y no migrantes, el trabajo constituye la esfera central de sus vidas, la dependencia del trabajo es mayor en el caso de los migrantes. Este rasgo marca evidentemente las experiencias de los migrantes haitianos en Santa Inés.
Primero, determina los procesos de racialización que van sufriendo. Por constituir una población negra y no hispanohablante, están expuestos, en Santa Inés como en otros lugares, a discursos y prácticas que se basan en su supuesta alteridad, es decir, su diferencia radical, cultural o biológica, respecto de la población nativa. Tal diferencia, en el contexto agrícola de Santa Inés, se va caracterizando alrededor de una serie de juicios (positivos o negativos) sobre su desempeño laboral: “resistentes”, “flojos”, “porfiados” son algunas de las etiquetas que se les suele colocar. Y esto lleva a cierta cuantificación de su existencia, pues el interés que suscitan los trabajadores haitianos y el reconocimiento que se les otorga derivan muchas veces de cuestiones de productividad laboral: ¿qué tan rápidos son?, ¿cuántas cajas pueden cosechar al día?, ¿cuánto se les puede remunerar?.
Además, es importante recalcar que las interacciones entre chilenos y extranjeros fuera de la esfera laboral son poco frecuentes, lo cual ha limitado el conocimiento mutuo y no ha favorecido proceso de integración lingüística. La incomprensión y los malentendidos son elementos recurrentes de las relaciones entre nuevos y antiguos habitantes de Santa Inés. De ahí que muchos esfuerzos de los habitantes chilenos para apoyar a los migrantes han sido frustrados. Han querido, por ejemplo, ayudarles a insertarse en ciertos puestos de trabajo sin tomar en cuenta sus dificultades de integración en los ámbitos laborales y desconociendo sus aspiraciones reales.
En tal contexto, el rechazo nacionalista por parte de la población local es un riesgo real. Se combina al temor de algunos habitantes de que se vaya reforzando la estigmatización y el abandono que sienten que sufre su territorio. Son reacciones comunes, aunque no generalizadas ni abiertamente expresadas, que se traducen concretamente en una competencia cada vez más aguda por los beneficios sociales, conflictos interpersonales y resentimientos crecientes en ambos grupos.
Para terminar, hay que notar que, en esta nueva configuración social, los migrantes de otras nacionalidades, sobre todo los que cuentan con una presencia más antigua en el territorio, como los peruanos y los bolivianos, se han vuelto cada vez más invisibles y silenciosos. Por lo menos, ya no están en el centro de las polémicas, como lo pueden haber estado antes, por lo que sería interesante conocer sus puntos de vista sobre la situación y las consecuencias específicas que han experimentado.

Exportación de frutas y cambios sociodemográficos

Desde inicios de los años 90, Santa Inés conoce otro cambio decisivo: la zona se especializa en la fruticultura de exportación luego de la reconstitución de grandes fundos empresariales destinados al cultivo de distintas frutas (uva de mesa, mandarina, durazno, cerezas, ciruelas, etc.) de alta calidad. En 1991, frente al poblado principal, se instala la empresa Verfrut, productora, embaladora y exportadora de frutas, que se vuelve una fuente laboral de muchos habitantes.
Las transformaciones laborales inducidas por la agricultura de exportación, junto al creciente envejecimiento de la población (según el Censo, en 1992, 7,35% de la población comunal tiene más de 65 años, porcentaje que sube al 12,8% en 2017, siendo mayor a la cifra nacional de 11,4%) fomentan la llegada de trabajadores temporeros desde otras regiones. En un primer momento, llegan trabajadores mapuches desde el sur, así como peruanos y bolivianos. La mayoría de ellos suelen irse al cabo de las temporadas. Últimamente, y compensando la partida de una parte de los jóvenes locales hacia zonas urbanas, han llegado trabajadores desde más lejos, es decir, desde Colombia, Venezuela, pero sobre todo Haití. Estos recién llegados han venido a instalarse. Si según el último censo, la comuna de Las Cabras no cuenta con más de un 2% de población extranjera, todo indica que las cifras aumentaron considerablemente estos dos últimos años, con una fuerte especificidad de la localidad de Santa Inés. La Oficina municipal de Migraciones creada en 2018 estima que, a nivel comunal, el 2,5% de la población (618 personas) sería migrante, un 71,8% de los extranjeros (444 personas) siendo de nacionalidad haitiana. Sólo en Santa Inés, que cuenta con 1389 habitantes, habría 340 migrantes residentes, es decir un 25,5% de la población total. 287 de ellos, o sea un 20,7% de la población, serían haitianos.
“Es una estimación por lo bajo. Estas cifras son del año pasado, no todos participaron en nuestro censo, e incluso pensamos que ahora son más.” (Alejandra Valenzuela, encargada de la Oficina de Migración de las Cabras).